Los recientes acontecimientos en Siria
resultado de terribles crímenes de guerra y graves violaciones del derecho
internacional humanitario, nos obligan a la reflexión sobre los denominados Derechos
Humanos, y a cuestionarnos cómo es posible que en una época en la que se supone
hemos logrado grandes avances en la defensa de éstos, presenciamos escenas
dantescas como las que pudimos ver a través de los medios durante los últimos
meses, particularmente el ataque con armas químicas a civiles sirios el pasado 4 de
abril.
Pero más grave aún resulta la inacción de la
comunidad internacional ante tales sucesos, me refiero principalmente a
políticos, intelectuales y personajes destacados quienes pudiendo hacer valer
su posición ante la opinión pública, se han limitado, cuando más, a realizar
declaraciones reprobando dichos actos, parece que somos sólo mudos testigos de
nuestro tiempo, a pesar de que la historia nos ha dado varias lecciones de las
consecuencias de eso que Hannah Arendt llamaba “la inocencia” de la
impoliticidad de las masas y que usamos como título para esta reflexión.
No es que las pérdidas humanas y el horror de
la guerra sean algo nuevo, la historia de la humanidad ha tenido como motor a
la guerra y sus atrocidades y son múltiples los ejemplos que podemos citar
sobre la crueldad humana hacia su propia especie, pero nuestras preguntas aquí
y ahora son: ¿de qué sirve reconocer los derechos humanos en las leyes?, ¿en
verdad tenemos más derechos ahora que antes?, ¿hemos podido controlar la tendencia
destructora del ser humano?, ¿tenemos un equilibrio entre el opresor y el
oprimido?
Son preguntas a las que no podemos dar una
respuesta única y categórica sin caer en un reduccionismo simplista, por eso
trataremos de ver los dos lados de la moneda. Pensamos que es innegable que ha
habido avances en materia de Derechos Humanos, no podríamos afirmar que nos
encontramos en las mismas condiciones en las que estaban, por ejemplo, los
esclavos en el Imperio Romano o los siervos de la Edad Media, sin embargo,
tenemos que aceptar que hay una buena dosis de simulación en esto que llamamos
Derechos Humanos.
Es claro que siguen imperando sobre los
Derechos Humanos los intereses económicos, la ambición por el poder, un ejemplo
inmediato de ello es el caso de Siria en donde son prioritarios los intereses
de las grandes potencias en su juego con los movimientos terroristas, y no la
seguridad de los ciudadanos sirios. Vemos como es cada vez más frecuente la
celebración de Tratados Internacionales que enlistan los Derechos Humanos como
normas de cumplimiento obligatorio, y en paralelo vemos como se violan de
manera reiterada y no existe un medio efectivo que sancione esas acciones.
En México, las cosas no son diferentes,
tenemos una CNDH que emite recomendaciones no vinculantes, lo que de inicio deja
mucho espacio a quien insista en imponer su voluntad sobre los demás. En
nuestro país las violaciones son permanentes y gran cantidad de ellas cometidas
por el mismo sistema de seguridad que se supone debiera protegernos.
El hecho de que no exista una sanción, un
castigo ante la violación de las normas, salvo la reprimenda moral, hace de los
Derechos Humanos una mera ilusión, que se escapa del ámbito del Derecho, porque
el que sean positivizados constituyéndose como una norma, no los hace una norma
de Derecho si no existen medidas coactivas que garanticen su realización y
castigo para el que las infrinja.
Situaciones como la de Siria, que las hay y
muchas, nos muestran que los Derechos Humanos se limitan a ser un mero concepto
capitalista y liberalista que las mismas élites del poder han abrazado para
simular la existencia de los mismos materializándolos en las leyes. No es la
primera vez que los sectores hegemónicos en la sociedad proceden así, ya antes
inventaron “la naturaleza humana” o el “concepto de igualdad”.
No queremos desestimar a los Derechos Humanos,
por el contrario, porque los consideramos una lucha, no de ahora, si no de
muchas generaciones a lo largo de la historia de la humanidad, es por lo que
pretendemos se analicen desde una perspectiva mucho más amplia que evite la inocencia de la impoliticidad
de las masas.
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