Reflexiones sobre el texto Historia de la Invención de los Derechos Humanos, de Lynn Hunt.
Por: Adriana Ortega Luna
Por: Adriana Ortega Luna
Las
heroínas de la novela epistolar del siglo XVIII, el siglo de la Revolución
Francesa, marcaron un fenómeno social del que poco se ha escrito y que en mucho
se relaciona con las raíces mismas del concepto de Derechos Humanos.
Rousseau
tuvo un enorme éxito con su novela Julia o
la Nueva Eloísa, cuyo personaje
principal, la desvalida Julia provocó una empatía nunca antes vista entre los
lectores. Voltaire la calificó de “basura
lamentable”, pero fueron muchos los cortesanos, clérigos, militares y gente
del pueblo en general, que escribieron a Rousseau para describir sus
sentimientos de “fuego devorador”.
Fue
tal el éxito de Julia, que se compara
con los Best seller de la actualidad;
la traducción al inglés apareció dos meses después, y entre 1761 y 1800 hubo
otras diez ediciones en inglés.
Rousseau,
nunca utilizó la expresión derechos humanos en su novela, ni éstos eran el tema
principal de la misma, pero sí generó una identificación emotiva de los
lectores con su personaje principal, y en ello se implicaba la idea de los
derechos humanos, pues sólo podemos entenderlos si parten de la identidad, el reconocimiento
del otro como un igual; ya lo había comentado Alexis de Tocqueville: “los derechos humanos sólo podían tener
sentido cuando a los criados también se les viera como hombres”. [1]
Según
la Ciencia, la empatía tiene bases biológicas; los psiquiatras y
neurocientíficos afirman que ésta se refuerza con la influencia social y
cultural, en el reconocimiento de la subjetividad de otras personas y en imaginar
que sus experiencias son como las propias.
Seguro
que la empatía no se inventó en el siglo XVIII, pero hay una coincidencia de
tiempo espacio entre el nacimiento de los derechos humanos y la novela
epistolar francesa entre las décadas de 1760, 1780 y parte de la de 1790. En
1701 se publicaron 8 novelas, en 1750 cincuenta novelas y en 1789, el año de la
Revolución, 112 novelas.
No
se afirma que sea la Novela epistolar el único elemento que propició la
identificación entre diversas clases sociales de la Francia del siglo XVIII,
pero sí tuvo gran influencia, sobre todo tomando en cuenta que cada vez había
más personas que sabían leer y que tenían acceso a este tipo de lecturas.
Hubo
dos importantes predecedoras de la Julia
de Rousseau, Pamela (1740) y Clarissa (1748) ambas salidas de la
pluma del inglés Samuel Richardson. En Pamela
vemos la lucha de una sirvienta por ganar su autonomía, un estereotipo de la
lucha de los oprimidos que causó un fuerte efecto psicológico en las masas de
aquella época.
No
se hicieron esperar las voces en contra de este tipo de literatura, muchos protestantes
y católicos afirman que estas novelas eran placeres degenerados y vergonzosos
que distraían las mentes jóvenes, se temía también que las novelas sembraran el
descontento entre los sirvientes y las mujeres.
En
sentido contrario, algunos críticos como Sarah Fielding o Von Haller,
resaltaban esta empatía de la que hablábamos, que hacía que los lectores se mostraran
más comprensivos con los demás; para Diderot, las pasiones ahí descritas, eran
las mismas que podía sentir cualquiera y entonces se daba esa identificación
con los personajes viéndolos como iguales, se comprendía que los demás poseen
también un yo, un sentimiento interior, y dicha empatía los llevaba a realizar
actos de benevolencia y generosidad hacia los demás.
En
las tres novelas que hemos mencionado, los personajes principales son mujeres,
un sector muy marginado de la época, pero se transformaban en heroínas con gran
personalidad y voluntad, los lectores querían que se salvarán, querían ser como
ellas; en el fondo se creaba la concepción de que todas las personas, hasta las
mujeres, podían luchar por sus derechos y experimentaban la lucha y el esfuerzo
que hacían por alcanzarlos.
La
palabra empatía, apareció hasta el siglo XX en la lengua inglesa (empathy), y en el siglo XVIII era más
bien usado el térmico compasión o simpatía (sympathy)
que tenía un significado sinonímico a piedad, condescendencia, que en el fondo
implica un sentimiento de igualdad, de una facultad moral.
Después
de 1789, muchos revolucionarios franceses se manifestaron por la defensa de los
derechos de protestantes, judíos, negros, esclavos, etcétera. Las mujeres
tuvieron que recorrer un camino más largo para el reconocimiento de sus derechos
políticos, en el siglo XVIII, sólo eran seres dependientes, que en la ficción
de las novelas epistolares alcanzaron el ideal de la autonomía y dejaron desde
ese espacio fantástico una puerta abierta a los futuros derechos de igualdad.
[1] Alexis
de Tocqueville. El Antiguo Régimen y la Revolución. Guadarrama, Madrid 1969, p. 253, citado
en La Historia de la Invención de los
Derechos Humanos. Lynn Hunt. Tusquets Editores, Barcelona 2009, pág. 38
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